¿Qué o quién te empujó a escribir? ¿Cuándo comenzaste?
Puedo decir que la vocación apareció pronto, en los primeros años de mi infancia, cosa harta difícil en una aldea de pescadores donde, de sus cientos cincuenta habitantes, sólo sabían leer con dificultad o deletrear, tres o cuatro de sus hombres. Mi familia, además de ser muy pobre, era analfabeta. En mi casa nunca hubo libros, el primer libro que entró en mi casa lo compré yo siendo un adolescente.
Pero, sin embargo, a pesar de que en la aldea no había una tradición literaria, sí había, en cambio, una tradición oral, y esto se reflejaba en el gusto por contar historias, sobre todo de muertos y aparecidos, o cuando las mujeres, en las noches de invierno, se reunían en asamblea en una de las chozas y un tío mío, a la luz de una vela (a veces la lectura duraba lo que tardaba en extinguirse el cabo de vela), les leía con dificultad un capítulo de las novelas por entrega que, semanalmente, intercambiaban al trapero ambulante que por allí asomaba. Como yo era muy pequeño mi madre me llevaba a estas sesiones de lecturas y yo quedaba maravillado unas veces y espantados otras al oír aquellas historias, y me admiraba de ver cómo aquellas mujeres analfabetas y pobres quedaban sobrecogidas y gimoteaban de consternación al oír los amores desdichados de una clase social que nada tenía que ver con ellos.
Creo que ahí empezó todo, y luego terminó de afirmarse cuando, al empezar a ir a la escuela a los siete años (yo ya sabía leer perfectamente porque mis padres me apuntaron previamente a unas clases particulares que, con disciplina espartana, daba en su casa un guarda de Carteia), y quedé admirado cuando encontré allí un libro, que ningún otro niño quería, que, entre otros poemas, contenía la Canción del pirata de Espronceda o las serranillas del marqués de Santillana. Cuando por primera vez leí aquello de: En un verde prado / de rosas y flores / guardando ganado / con otros pastores / la vi tan graciosa / que apenas creyera / que fuese vaquera / de la Finojosa, quedé conmocionado. ¿Qué forma de hablar era esa?, me pregunté. ¿Qué música era aquella que sonaba?, me dije perplejo. Luego descubrí que aquello era poesía y, desde entonces, tuve muy claro que mi vocación en la vida sería ser poeta. Luego, con el tiempo, fui moderando mis ambiciones y pretendí conformarme con ser narrador hasta que la realidad me ha hecho descubrir que a lo único que he llegado es a ser un mero escribidor. Esta anécdota la recojo en la novela El hombre que discutía con el perchero.
¿Cómo te describirías de manera breve?
Pues un lector empedernido que, a veces, se pone a escribir las historias que no encuentra. Un solitario que tiene la necesidad imperativa de escribir para sentirse rodeado de personajes y poder espantar a la soledad. Por lo tanto, no hay ninguna búsqueda esteticista, solo son fines terapéuticos.
¿Tienes alguna manía a la hora de escribir?
Bueno, soy un perfeccionista al que, a veces, esa idea de la perfección le paraliza, y un maníaco del orden. Todo debe estar en su sitio. Y si noto que algo está descolocado mi cerebro se distrae y no funciona. Además, nunca me pongo a escribir si antes no enciendo y aproximo una vela. Si alguna vez se me olvida noto que no avanzo, que nada funciona, que no fluyen las palabras. Hasta que me doy cuenta, la enciendo y todo empieza a funcionar adecuadamente.
Sé que has ganado varios premios con tus letras. ¿Consideras que eso influye a la hora de que una editorial quiera que estés en su catálogo de escritores?
Bueno, varios no, he ganado muchos, más de los que quizá mereciera, de lo cual me siento abochornado, porque eso correspondió a una etapa, por suerte ya superada, en la que, por motivos económicos, me vi en la obligación de escribir y participar en ese tipo de “literatura de competición”, que hoy siento que me envilece y que fue una forma de vender mi alma al diablo. Con esto no quiero desanimar a los jóvenes a que lo hagan, es una forma de afilar y cruzar armas, pero que tengan muy claro que ese no es ni debe ser el objetivo de la literatura.
Además, eso tampoco te abre tantas puertas. Si bien es cierto que yo he publicado algunos libros y novelas gracias a que fueron premiados en certámenes, tampoco eso te expide un pasaporte a ninguna parte. Hoy día las editoriales, por desgracia, más que por la obra que tengas detrás, preguntan cuántos seguidores tienes en las redes sociales. Es triste, muy triste, pero hoy no interesa si escribes mejor o peor, sino cuantos like o “me gusta” tienen tus publicaciones en redes. En este sentido creo que los “bárbaros”, como augurara Kavafis, se encuentran otra vez a las puertas de nuestra civilización. Y lo peor es que ya están dentro y no podrán salvarnos, porque somos nosotros mismos.
¿Entre tus obras, “Tratado contra los libros” y “Cuentos urgentes para un tiempo lento”, ¿cuál es tu preferida y por qué?
Bueno, esas son mis dos últimas obras, pero no las únicas, ya que tengo editadas varias novelas y libros de relatos, quizá he publicado también más de lo que debiera, pues tengo siempre muy presente el decir de Borges: “Que otros se envilezcan con los libros que han escrito que yo me enorgullezco de los que he leído”. Y la pregunta es difícil de responder. Es como preguntarle a un padre o a una madre cuál de sus hijos o hijas es su preferido, o qué dedo de la mano me corto que no me duela.
Cada libro tiene su propio génesis y sus dificultades, cada uno ha sido escrito en un momento concreto y en unas circunstancias determinadas. Y todos esos libros son o representan, al menos para mí, momentos cruciales y aventuras emocionales e intelectuales muy importantes de mi vida. Por tanto, es difícil de elegir. Entre esos dos que has citado podemos distinguir que Tratado contra los libros reúne veinte años de trabajo mientras que el otro, Cuentos urgentes para un tiempo lento fue escrito en un período muy breve, prácticamente durante el tiempo que duró la cuarentena epidémica con motivo del covid.
¿Y de entre los muchos relatos presentados a premios ¿cuál de ellos te hace sentir más orgullo?
Uf, eso es muy difícil, ya ni siquiera los recuerdo. Sí hay una anécdota que se me quedó grabada, por lo insólita, que fue cuando me presenté al Premio Internacional de relatos cortos Alberto Lista, de Sevilla, convocado por el diario ABC y una caja de ahorro que no recuerdo. Estaba muy bien pagado, era un millón de pesetas por un relato de diez o doce páginas. Se presentaron mil ciento y pico de relatos de todo el mundo, sobre todo España y Latinoamérica.
Yo presente dos: El cazador de unicornios y Dios tiene los ojos azules. De aquellos mil y algo hicieron una preselección y escogieron veinte que pasaron al jurado, entre ellos los dos mío. De esos veinte el jurado se quedó con cinco para la final, en los que entraron otra vez los dos míos. Y el día del fallo decidieron dar el primer premio a El cazador de unicornios, y luego eligieron como finalista (ambos se publicaban en un librito) a Dios tiene los ojos azules, pero cuando abrieron el sobre de la segunda plica advirtieron, para su sorpresa, que ambos eran del mismo autor, por lo que decidieron designar como finalista otro relato. Pero ahí no acaba la anécdota, yo me encontraba entonces destinado como profesor en un pueblo de la provincia de Huelva, eran los tiempos de los primeros teléfonos móviles, y yo aún no tenía ninguno, porque me resistía a ello. De tal modo que estaba prácticamente incomunicado y cuando se produjo el fallo no lograron localizarme y no pudieron hacerlo hasta cinco días después en que me enteré por la prensa.
Y ahora pasemos a hablar de “Cuentos urgentes para un tiempo lento”. ¿Cómo surge la idea de este libro?
Bueno la verdad es que este es un libro que escribí sin pretenderlo. La mayor parte de mis libros han surgido así. Los libros me vienen solos sin necesidad de ir a buscarlos. Esas son las historias que más me interesan. Y estas historias sobrevienen en los momentos más inesperados, bien cuando estás en la ducha o bien cuando estás en la cama a punto de dormirte. Y este libro en concreto surgió de forma inesperada durante la cuarentena epidémica. Nos vimos obligados a permanecer encerrados en casa, y descubrimos que los días se hicieron insoportablemente largaos y lentos, de ahí lo de “tiempo lento” del título. Para mí aquel encierro no supuso un sacrificio especial, como para muchas personas, ya que llevo una vida apartada y las horas más intensas las suelo pasar en casa leyendo y escribiendo, pero basta que te prohíban una cosa para que la eches de menos, así que ante la imposibilidad de poder salir y darle sentido a aquel tiempo lento, concebí la idea de escribir algunos cuentecillos y publicarlos en mis redes sociales.
Me impuse la obligación de publicar uno diario. Publiqué diez y pretendí dejarlo, pero me llegaron entonces muchos mensajes públicos y privados de gentes que me decían que se habían “enganchados” a ellos y que deseaban poder seguir leyendo uno nuevo cada día, que aquello les ayudaba a soportar el encierro. El cuento debía cumplir varias premisas: ser breve, media página o dos o tres páginas a lo sumo, tener un inicio que atrapara rápidamente al lector y llevarlo en volandas a través de una trama equívoca hasta un final sorprendente que se resolvía en la última línea y dejaba al lector descolocado. Esto no era fácil de conseguir siempre y menos a diario. Pero ante la demanda de mis lectores prometí que continuaría un mes, publicando uno diario, es decir, treinta.
Publiqué sesenta, dos meses, y al cabo de ese tiempo tuve que dejarlo porque ya empezó a afectarme emocionalmente, empezó a generarme una ansiedad y una angustia que ya no podía soportar. La presión de tener que publicar un cuento nuevo todos los días con esas características empezó a angustiarme, sobre todo cuando me levantaba cada mañana y no tenía ni idea de lo que iba a contar. De ahí lo de “urgentes” del título, completando ese oxímoron que reúne dos términos contradictorios: “urgentes” y “lento” Así que a los dos meses lo dejé. Luego, ya más sosegado y liberado de esa presión, y como una vez que se estimula y se pone en marcha el cerebro es muy difícil detenerlo, continúe escribiendo tranquilamente el resto de los cuentos, hasta sobrepasar el centenar. Luego decidí publicar noventa y nueve, porque es un número simbólico que explico en el prólogo.
¿Qué quieres transmitir al lector con estos cuentos?
Bueno, los cuentos son muy diversos y variados, como corresponde a su cantidad: noventa y nueve. Y también la temática y la técnica es muy variada. Unos pretenden entretener, otros hacer pensar al lector, otros le enfrentan a un desafío que el mismo lector ha de resolver e incluso se incorporan una serie de experimentos literarios, como los lipogramas (relatos en los que se escribe prescindiendo de ciertas letras o se escribe, en algunos casos, utilizando una sola vocal, por ejemplo, escribir una historia sin la letra “a” o utilizando como única vocal la “a”), o bien aquellos otros que son unas especies de sudokus literarios en los que se ofrece al lector la posibilidad de participar y jugar completando la historia colocando en su sitio todas la vocales que se han suprimido. El género es muy diverso, desde misterio, fantasía, amor, intriga, humorísticos, mitológicos, distópicos, etc.
Pero lo que pretende este libro es, sobre todo, crear un tipo de lectura adecuada a la urgencia de nuestro tiempo, son historias concebidas para leer en unos minutos, mientras se va en el tren, el metro o el autobús, que no exige memoria de la lectura anterior y que al ser relatos breves y distintos unos de otros, se pueden leer ahora un par de ellos y mañana otros tantos sin tener que recordar nada de los anterior. No es una novela de cuatrocientas páginas. Ese es el objetivo fundamental, un libro que ha sido concebido para aquellos que gustan de la lectura, pero no tienen tiempo para ello.
¿Cómo diseñas tus personajes? ¿Te basas en personas reales o es todo producto imaginativo?
Bueno, yo pienso mis personajes de una manera y luego ellos hacen lo que les da la gana. Así funciona esto. La creación termina siempre imponiéndose. Yo trato de escribir una historia y luego me sale otra distinta. Por lo tanto, yo solo hago aproximaciones a lo que quiero escribir.
Nunca he logrado escribir lo que pretendía, siempre sale algo diferente y, en ocasiones, cosas que no tienen nada que ver con lo que había previsto. Diseñas un personaje protagonista que luego se diluye en la trama y pasa inadvertido y, en cambio, un personaje secundario termina imponiéndose y acapara toda la atención. Quien diga que escribe lo que quiere o como quiere o está mintiendo o es un mal escritor. La creación arrolla, y si no arrolla es que es una historia previsible que no merece la pena. En estos momentos llevo varios meses escribiendo una nueva novela, voy a iniciar el capítulo cuatro y aún no me he enterado de qué va la historia ni de qué trata el libro. O sale algo o, después de muchos días de trabajo, no sale nada, pero ese es el riesgo. Los escritores estamos siempre en el trapecio y sin red.
¿Si tuvieras que elegir uno de tus personajes, ¿cuál sería?
Ni idea, porque, en consonancia con la respuesta anterior, no soy yo quien elige a mis personajes, sino que son ellos los que me eligen a mí. Ellos se acercan, yo a veces ni los conozco ni los presiento, me cuentan su historia, se quedan un tiempo a vivir obsesivamente conmigo y luego, una vez que la historia ha terminado, se marchan sin decir ni adiós. Y ni escriben ni llaman ni sé nada más de ellos. Si te conozco no me acuerdo. Adiós muy buenas.
Dices que: “Si prescindimos de todo, nos queda lo imprescindible, que es lo esencial”. ¿Qué enseñanza esencial escondes en tu libro?
Lo esencial es aquello que se puede explicar con el menor número de palabras. Este libro es un homenaje a la brevedad. Se trata de contar historias de una manera efectiva con el menor número de palabras posibles. Por eso las palabras están muy contadas, muy escogidas. Y ahí estriba la dificultad de escribir este libro. Decía Saint-Exupéry que: “La perfección se logra no cuando no hay nada más que añadir, sino cuando no queda nada más que quitar”. Midamos nuestras palabras, calculémoslas, no derrochemos en una verborrea confusa y vacua, no olvidemos que somos esclavos de nuestras palabras y dueños de nuestros silencios, y cuando no podamos mejorar el silencio es mejor permanecer callados.
Y para finalizar, dónde podemos adquirir “Cuentos urgentes para un tiempo lento”.
Pues ahora mismo tengo dos libros en el mercado, aunque esto suene tan mal y tan mercantil, “Tratado contra los libros” y “Cuentos urgentes para un cuento lento”, ambos se pueden adquirir en cualquier librería, o bien encargándolo a la mismas si no los tienen, o en Amazon, o en Ibelibro.com, o en cualquier otra plataforma digital, o bien encargarlos a la página web de la propia editorial: www.albertosantoseditor.com, también se puede adquirir en libro electrónico (ebook, creo que le llaman), y este último, “Cuentos urgentes parta un tiempo lento”, se encuentra también en versión de audiolibro, donde, en una primera edición, se han narrado e interpretado veinte de estos relatos. No creo que sea muy complicado hacerse con cualquiera de los dos. Eso sí, no me hago responsable de sus consecuencias. Mis libros son peligrosos, entretienen, pero te obligan a pensar y, a veces, te pueden estallar entre las manos. Pero leer es asumir riesgos. Incorporar nuevas formas de pensamiento, plantearse desafíos intelectuales. Si aun así se deciden, solo me resta decir: Buen provecho, amigos.
Gracias por responder y permitir que los lectores sepan algo más de ti y de tus libros. Te deseamos muchos éxitos.
Muchas gracias a vosotros y ha sido un placer responder a vuestras preguntas. Un abrazo.
Me ha encantado. Una entrevista que nos deja ver la sencillez del autor y su fructífera inspiración.
¿Te gustó, Maika? Dame ánimos que esto es nuevo para mí.
Genial como siempre, recomiendo los dos libros ,cuentos urgentes para un tiempo lento y el tratado contra los libros ..